No tardó ni un minuto en abrir la puerta. Pasá, dijo, ponete cómoda. En los pies tenía unas pantuflas de color azul con la cara estampada de un conejo y, por encima del camisón de algodón blanco, una bata gris oscura que probablemente había sido negra. Voy a traer café y vuelvo, dijo desapareciendo hacia la cocina. Busqué con la mirada hasta encontrar la jaula de madera colgada en la esquina del living. Adentro había un pájaro rojo y amarillo que se movía de un lado a otro. Al rato Julia volvió con una bandeja en la mano y la puso sobre la mesa ratona. Al ver donde se detenía mi mirada comentó que hacía días que el pájaro no cantaba. Se quedó mudo, dijo. Después, como si nos hubiéramos visto el día anterior, empezó a hablar de su trabajo, de su vida como esposa y de su hija que crecía cada vez más. Mientras me contaba del presupuesto que se le fue en pañales y juguetes señaló una esquina de la sala donde había una muñeca bastante fea. Mirá, dijo, ¿no te hace acordar a algo?
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