lunes, 11 de mayo de 2009

avances de una análisis próximo


Decir que a Pedro lo conozco, que nos hemos emborrachado juntos en un bar y discutimos sobre nuestras valoraciones acerca de determinado escritor o sobre el boom de los blogs puede parecer un dato banal, pero no lo es. La crítica de un texto literario está influida por la proximidad o distancia del sujeto artístico. No es lo mismo leer desde la diferencia que desde la semejanza, así como tampoco es lo mismo leer a un antepasado que a un contemporáneo. En la novela de Pedro sale a flote mi propio imaginario porque, como en aquel bar, ambos compartimos un mismo tiempo y espacio, lo cual tiene implicaciones profundas. Sus fantasmas son, hasta cierto punto, también los míos. Leerlo es como pensar en voz alta y escuchar mi propio eco volverse un sonido en parte extraño y en parte familiar.

Él pertenece a una generación inmediatamente anterior a la mía con la cual comparto una serie de códigos y situaciones. Me es posible, además, usar su novela para leer desde el presente ciertas marcas generacionales de la narrativa argentina contemporánea, que se está escribiendo aquí y ahora, a mi alrededor (como todo lector, no puedo evitar situarme en el centro de mi propia lectura, a veces a mi pesar). El mundo compartido por todos ellos, por todos nosotros, no está hecho solamente de abstracciones sino de lugares concretos. Con Pedro puedo decir que tenemos en común un espacio geográfico específico: ambos transitamos día a día la misma ciudad. Cada recoveco de ella, cada esquina, es nuestra en la medida que estamos ahí, pero también es ajena ya que otros también se la apropiaron en su momento. En la novela en la que voy a centrar este análisis, El año del desierto, esta ciudad se viene abajo y, por entre las grietas del pavimento, emerge la historia latente, también la que leímos en los libros, la que nos contaron nuestros padres. Como si Buenos Aires fuera una caja de Pandora que se rompe en mil pedazos y de su interior salieran todos los fantasmas que la recorrieron. Pasado y presente se superponen, dándole a esa geografía urbana un aspecto monstruoso, pesadillesco.

3 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
sol dijo...

te saqué de acá porque "en mi basura mando yo", pero te dedico un de boca en boca, para que no te me pongas celoso...

Anónimo dijo...

falto el analisis de la novela.
Sdos, Toro