Situaciones triviales, breves diálogos y la relativa pasividad que poseen los protagonistas son características comunes en la obra de Martín Rejtman, tanto en sus libros como en sus películas. En cierta medida, a pesar de que el autor-director esté en desacuerdo con la idea de “decadentismo”, es posible percibir en los personajes cierta falta de vida interior que, al traducirse en inercia y ausencia de todo tipo de reflexión explícita, los aplana hasta despojarlos de cualquier indicio de pasión por aquello que hacen. Sus ambiciones son prácticamente nulas y ellos parecieran ser incapaces de conmoverse ante ningún suceso, como si fueran máquinas acopladas para repetir determinada rutina. A causa de estos personajes poco expresivos, inmersos en una cotidianidad carente de grandes sucesos, su obra ha sido a menudo criticada por la dificultad de que en ella se produzca cualquier tipo de identificación, ya que el espectador no logra comprender del todo sus actos. De hecho, si se intenta escarbar aún más en su psicología interna, pareciera que no tienen historia (sólo se conoce lo mínimo e indispensable a la trama: si fueron amigos, esposos, etc.) No poseen otro entorno más que el desplegado sobre la pantalla y giran dentro de un circuito cerrado en el que los personajes que intervienen pueden contarse con los dedos de una mano. La falta de profundidad los vuelve similares entre sí dado que, si bien suelen estar muy marcados por alguna manía, el resto de sus características no difieren demasiado. Tal vez por ser exponentes de una generación cuya adolescencia se desarrolla alrededor de la década del noventa, reina en ellos la mediocridad absoluta, como si frente al despilfarro económico que caracteriza ese período ellos se refugiaran en una nada que los consume, los vacía y los vuelve inactivos. Ante la falta de movilidad, son los objetos los que desencadenan las situaciones...
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