Estaba tan segura de poder olvidarlo que intenté retener su imagen, haciendo más esfuerzo del necesario, encubriendo el hecho de que se me grabaría sola y, aún si no lo intentase, volvería a aparecer cuando ya no lo viera, cuando no quisiera verlo.
viernes, 29 de mayo de 2009
miércoles, 27 de mayo de 2009
lunes, 25 de mayo de 2009
domingo, 24 de mayo de 2009
domingo, 17 de mayo de 2009
de boca en boca
El pez por la boca muere, dicen, y al parecer una es pura boca hoy en día: hacia adentro y hacia afuera, se inhala y se exhala, sin poder evitarlo, en un gesto automático. No hay que hablar con la boca llena, dicen, porque las palabras huelen a esperma, se amamantan de leche que, ante ojos estériles, pareciera una donación caritativa para apaciguar el hambre después de una inundación, o sequía, no se sabe bien; y la mujer (el horror, el horror), como decía Levi´s, es la tierra, recibe, sedentariza, domestica, jamás da planta sin recibir la fértil semilla redentora. En boca cerrada no entran moscas, dicen, pero prefiero tener la boca abierta y poder opinar cuando se me cante, lo que se me cante (aún si, de vez en cuando, entra alguna mosca anónima, tal vez intuyendo algo de qué alimentarse, volviéndose ella misma insignificante en ese gesto).
miércoles, 13 de mayo de 2009
lunes, 11 de mayo de 2009
avances de una análisis próximo
Decir que a Pedro lo conozco, que nos hemos emborrachado juntos en un bar y discutimos sobre nuestras valoraciones acerca de determinado escritor o sobre el boom de los blogs puede parecer un dato banal, pero no lo es. La crítica de un texto literario está influida por la proximidad o distancia del sujeto artístico. No es lo mismo leer desde la diferencia que desde la semejanza, así como tampoco es lo mismo leer a un antepasado que a un contemporáneo. En la novela de Pedro sale a flote mi propio imaginario porque, como en aquel bar, ambos compartimos un mismo tiempo y espacio, lo cual tiene implicaciones profundas. Sus fantasmas son, hasta cierto punto, también los míos. Leerlo es como pensar en voz alta y escuchar mi propio eco volverse un sonido en parte extraño y en parte familiar.
Él pertenece a una generación inmediatamente anterior a la mía con la cual comparto una serie de códigos y situaciones. Me es posible, además, usar su novela para leer desde el presente ciertas marcas generacionales de la narrativa argentina contemporánea, que se está escribiendo aquí y ahora, a mi alrededor (como todo lector, no puedo evitar situarme en el centro de mi propia lectura, a veces a mi pesar). El mundo compartido por todos ellos, por todos nosotros, no está hecho solamente de abstracciones sino de lugares concretos. Con Pedro puedo decir que tenemos en común un espacio geográfico específico: ambos transitamos día a día la misma ciudad. Cada recoveco de ella, cada esquina, es nuestra en la medida que estamos ahí, pero también es ajena ya que otros también se la apropiaron en su momento. En la novela en la que voy a centrar este análisis, El año del desierto, esta ciudad se viene abajo y, por entre las grietas del pavimento, emerge la historia latente, también la que leímos en los libros, la que nos contaron nuestros padres. Como si Buenos Aires fuera una caja de Pandora que se rompe en mil pedazos y de su interior salieran todos los fantasmas que la recorrieron. Pasado y presente se superponen, dándole a esa geografía urbana un aspecto monstruoso, pesadillesco.
domingo, 10 de mayo de 2009
domingo, 3 de mayo de 2009
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