Estaba quieta, consistente, invariable en dimensiones, mientras la lluvia, por el contrario, se multiplicaba haciendo que se alterara la interrelación. El porcentaje de la humedad aumentaba y el pelo, por ejemplo, variaba en forma y color. De pronto, súbito, otro cambio comenzó a gestarse. Lo primero que sintió fue un escalofrío que la recorría, una descarga eléctrica de un lugar a otro de manera tan rápida que parecía haberse dado en todas partes a la vez. Después una tensión, semejante al dolor pero sin llegar a provocar ningún daño, en su pecho, concentrándose en el área de sus pezones, ahora más contraídos. Aunque no vio que su piel estaba erizada, percibió una modificación en la manera en que el agua y el aire la trabajaban. El recorrido que las gotas, puestas en circulación, trazaban sobre su piel le molestaba, imaginó dedos fríos, le dieron ganas de rascarse. Al irse, vació un espacio que, en seguida, fue vuelto a llenar por la lluvia, la cual se precipitó hasta alcanzar el suelo, negando su condición de gotas en un todo homogéneo, chato.
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