viernes, 7 de noviembre de 2008

el grito


La luna llena flota sobre los techos de los edificios. Él se saca la corbata y la acomoda sobre el sillón. Por unos instantes se siente débil, vulnerable, pero su sangre empieza a hervir. Cae al piso y se retuerce con un dolor primitivo. Su mirada se vuelve más intensa, los objetos más incomprensibles y los sonidos más fuertes: oye el ruido de las máquinas, pasos en la calle. Clava sus garras en el suelo mientras su cuerpo entero se cubre de pelos color marrón, le salen colmillos, orejas puntiagudas y una cola.
No suelo ser fanática de las películas de terror pero, a pesar de ciertas falencias en la trama general, esa escena de Lobo siempre me impacta. No hay dudas de que el clímax de la transformación está en ese momento en el que Jack Nicholson cae de rodillas al piso. Ese segundo en que es imposible decidir si ya dejó de ser hombre o no, es decir, cuando conserva ciertas formas humanas pero éstas se mezclan con formas animales, las palabras lo abandonan y emite un grito o, más bien, un aullido visceral, extasiado. Después la transformación se completa y el horror cesa, en cierta medida, porque si toda la trama se centra en el devenir lobo de ese hombre, ese es el punto de mayor tensión, allí la distancia entre los dos mundos (humano y animal) se acorta. Su devenir como humano sólo es posible hasta ese punto, luego del cual se da paso a otro devenir, no humano.

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