viernes, 29 de agosto de 2008

continuidad de los parques


Abrí el atado lentamente, para aprovechar y mirar alrededor como alguien que se entretiene matando el tiempo que le lleva abrir un atado. Había una continuidad extraña entre un hombre que caminaba usando un paraguas de bastón y una mujer que, metros atrás, maniobraba con dos bolsas de supermercado. Ambos se movían en direcciones opuestas y sentí que debía tomar una decisión rápida. Elegí al hombre del paraguas.
Cuando cruzó la calle empecé a seguirlo. A mitad de cuadra se paró para sonarse la nariz con un pañuelo de tela. El soplido fue ruidoso pero seco, me trajo a la cabeza la tos de un perro negro que una vez vi en el campo. Al terminar, miró alrededor y, ante la falta de tachos de basura, lo tiró disimuladamente a un costado. La fuerza que pareció hacer su cuerpo no fue proporcional a la distancia en que cayó el pañuelo, apenas separado de sus pies por unos centímetros. Ni bien lo vi alejarse me acerqué al objeto. No sé por qué, pero usé una carilina que tenía para envolverlo y me lo guardé en el bolsillo.
El viejo dobló la esquina y fue a sentarse en un banco de la plaza. Estaba a menos de diez metros del área de juegos en donde Laura seguía haciendo un ángel sobre la arena. Me quedé extrañada porque hubiera jurado que la plaza estaba en dirección opuesta, y estaba segura de que mi recorrido no había sido circular. Otro error de la matrix, pensé e imaginé que el viejo del paraguas había tenido algo que ver en el asunto y decidí devolverle el favor. Así que me senté en el cordón de la vereda a esperar.
Sacó una bolsa, y de ahí un pan que partió en pedacitos. Primero una, y después decenas de palomas empezaron a volar hacia donde estaba. Picoteaban del piso y se empujaban entre sí. Después de unos minutos, el viejo apoyó las manos vacías sobre sus rodillas. Varias palomas quedaron expectantes hasta que decidieron emigrar. La soledad del viejo se volvió más perceptible ante su ausencia hasta que por fin lo vi cabecear un par de veces. Cerró los ojos y yo me paré. Me acerqué sin hacer ruido hacia el banco. Saqué el pañuelo del bolsillo y lo dejé a un costado, lo suficientemente cerca como para que, al menor movimiento de una de sus manos, lo tocara. Di la vuelta por detrás y fui hacia donde estaban mis amigas.

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